En la quietud de su hogar, ancianos de mirada
serena,
esperan ansiosos la llamada que les devuelva la pena.
La distancia y el tiempo, los muros del silencio,
han robado la voz de su mayor
aprecio.
Sus corazones, como viejos
relojes,
marcan el tiempo en sus
recuerdos,
anhelando el eco de risas y
juegos,
de aquellos nietos que llevan
dentro.
Claman al cielo con sus manos
temblorosas,
pidiendo a Dios que sus nietos
los recuerden,
que en alguna brisa encuentren
sus palabras amorosas,
y en cada suspiro, un beso que
les devuelva el aliento.
Que la distancia no sea un abismo
infranqueable,
sino una oportunidad para unir
sus corazones,
que el amor trascienda más allá
de lo palpable,
y los lazos familiares sean
eternos como canciones.
Que una brisa del viento,
mensajera del cielo,
lleve consigo el abrazo y el beso
deseado,
que el amor de abuelos y nietos,
sincero y verdadero,
rompa las barreras y encuentre su
destino anhelado.
Que en cada amanecer, en cada
atardecer,
la esperanza renazca en sus
corazones,
y en la promesa de un reencuentro
sin temer,
encuentren la alegría que rompe
las prisiones.
Así, en la distancia y en la
separación,
el amor de unos abuelos sigue
latiendo,
esperando el día de la dulce
reunión con sus nietos,
esperando la voluntad de su madre
que vive lejos.
ya pasaron varios cumpleaños,
varias fechas festivas, esperando
que de alguna forma
los consideren como familia.
como parte de aquel árbol genealógico
incompleto
que tienen dibujado en su cuarto.
Del cual no se habla mucho
y prefieren evitar distrayendo la
conversación.
Gracias a Dios por la vida
eterna,
y la justicia gloriosa que un día
vendrá en las nubes, que dirá
como fueron las cosas
y traerá luz en medio de tantas
preguntas inconclusas.
las lágrimas de los abuelos serán
enjugadas.
y no habrá más llanto ni más
dolor.
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